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Tradicionalmente al marketing se le concibe como una función más en la estructura de la empresa. Y se le asigna la responsabilidad crítica de:

  • generar los ingresos de plazo inmediato, claves para la operatividad de la organización, y
  • de asegurar en el plazo más largo la creación creciente y estable de valor, la razón de ser del negocio mismo.

La dinámica del entorno, especialmente lo que se refiere a la intensidad de la competencia y a la acelerada evolución y refinamiento de las necesidades y deseos del cliente, no deja ya alternativa que reubicar el marketing en el centro mismo de cualquier negocio que esté apostando por su éxito.

El resultado final de la empresa radicalmente dependerá ya no sólo de que el cliente prefiera su producto o servicio por encima de cualquiera de la competencia, sino de que se desarrolle:

  • una lealtad sólida de la base de clientes, y
  • de que a través de una propuesta de valor diferenciada este cliente esté dispuesto a pagar un precio tal que represente un margen adecuado a los esfuerzos y riesgos que el empresario enfrenta.

La conclusión obligada es que el marketing deberá tomar una dimensión integral, que abarque tanto al entorno, el cliente, como a la empresa misma que en forma total, con todos sus esfuerzos conjuntados concrete un ajuste adecuado y distintivo con la evolución del mercado donde participa.

El primer paso de esta aventura desde el marketing como una función aislada hasta el marketing como una actitud empresarial, pasa por un clic en This e-mail address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it .